jueves, 30 de junio de 2011

MUJER, DEFIENDE TU HOGAR!!



La fuerza que las mujeres representan reside —y no es paradoja— en su debilidad, o mejor dicho, en lo que corrientemente se llama su debilidad, y es su sujeción a la intimidad del hogar.
Decimos que en esa debilidad está su fuerza, porque sólo desde esa intimidad puede la mujer influir con eficacia en la dirección espiritual del hombre al inspirar callada, pero hondamente, por el camino de la comprensión en el cariño, la conducta del marido, del padre, del hermano o del hijo.
En la intimidad de la vida hogareña la vida despliega su sentido profundo; allí recuperan las cosas su valor estricto al despojarse del ropaje con que las disfraza la discusión pública y el ajetreo de la calle. Allí, en fin, recobra el espíritu su primacía. Y bien, lo que se llama tendencia conservadora es el respeto por los valores esenciales: el afianzamiento de los deberes del espíritu en la subordinación a la Verdad, contra las declamaciones de un liberalismo para el que la libertad vale más que la verdad.
Y no hay hogar si no hay en él una mujer en condiciones de darle lo mejor de sí misma. Y como las preocupaciones de política electoral antes que la voluntad recta y la inteligencia desinteresada ponen en movimiento la sensibilidad con todos sus requerimientos subalternos y sus inquietudes por lo circunstancial y lo inmediato, lanzada la mujer a la actividad pública la vida del hogar se hace imposible porque se extingue la llama sagrada: la preocupación silente de la mujer que mantiene con su delicadeza, su sencillez, su ternura, su sentido del orden, esa intimidad recogida en que la vida recupera su ritmo natural y su profundidad y toda virtud florece.
La actuación pública convierte a la depositaria del sentido sobrenatural del respeto y la obediencia —condición indispensable de todo orden verdadero y esencial— en rival del hombre en la contemporánea carrera hacia el abismo que se llama “conquista de las libertades en la igualdad”.
No hay derecho humano cuyo ejercicio pueda exigir como precio la integridad del hogar.
Tomás D. Casares

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